Dicen que una vez hubo un árbol de infinita sabiduría. Se diferenciaba del resto en que no tenía raíces, era todo copa, sin principio ni fin. Sin nada que le amarrase al suelo. Volaba rápido como los árboles nubes si quería, pero la mayoría del tiempo era el eterno crecer de sus ramas lo que lentamente le hacía moverse. Acumulaba en sus hojas todo el conocimiento de este mundo y así pasaba, que cuando una comunidad se encontraba con él, lo avasallaban a preguntas. Viendo que las preguntas se repetían cada vez que pasaba por una comunidad, decidió darles a todas las comunidades el conocimiento de la escritura.
No tardaron mucho las comunidades en acumular todo el conocimiento que necesitaban en volúmenes y volúmenes de libros. Tanto fue así, que poco a poco fueron olvidando al árbol sabio que todo lo sabía.
Un día de tanto olvido que sufrió, el árbol sabio desapareció, y ya solo quedó conocimiento, aburrido, mecanizado y mercantilizado conocimiento.
Yo tengo una cajita donde guardo todas las hojas de árbol que a mi llegan volando, porque tengo la certeza de que son del árbol sabio, que ahora vuela por encima de las nubes. Las guardo con la esperanza de que algún día tenga la sabiduría suficiente para ser capaz de leerlas y descubrir nuevos conocimientos que hagan de este mundo, un lugar más interesante.
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